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En los bajos del edificio del Casino en la Glorieta.
Imposible pasapoga
José F. Cámara, Información, 6-V-2015
Tras adquirir en 1957 la Caja de Ahorros del Sureste de España la finca del Hort del Xocolater, propiedad del prohombre local Alberto Asencio, la CASE pasaba a disponer de una sede propia en Elche para todas las actuaciones culturales de la institución, de forma que no dependía del espacio que le prestaran otras entidades locales, como el Casino, en el que ofrecía con cierta regularidad desde el año anterior un cineclub, la prehistoria interesante de un movimiento que he podido trazar con el fin de hablar del desarrollo y consolidación de este tipo de afición en la ciudad para un libro de próxima aparición. Pronto vería la CASE ampliado su patrimonio ilicitano, cuando en aquel mismo año, a raíz de un embargo, se hizo también con el Gran Teatro y con el edificio para el Casino en la Glorieta, sobre los que mantuvo el arrendamiento respectivo a la empresa exhibidora de Luis Martínez Sánchez y a la entidad recreativa después de proponerles la compra de los locales que ocupaban una desde los años 20 y el otro desde 1946, cuando en medio de una serie de festejos, exposiciones pictóricas y conciertos se realizó el traslado de aquella sociedad integrada por comerciantes e industriales para seguir desarrollando su actividad anterior, tras aceptar en 1943 una propuesta de los propietarios del Gran Teatro, los herederos de los socios de «La Electromotora Equitativa», para ocupar los salones del edificio que se disponían a construir como prolongación de aquél con fachada a la céntrica plaza de Elche, derribando lo que se conocía como «la fábrica de la luz».
Sin llegar a la exuberancia del Capitolio, el mismo decorador llenó el Casino de salones adornados con molduras y bajorrelieves de escayola blanca y colores de tonalidades suaves, no en balde debía satisfacer los impulsos estéticos de la misma burguesía, que apartó al arquitecto Pérez Aracil del planteamiento moderno intuido en la fachada, a pesar de su carga casticista. Aunque ahora pase desapercibido para el paseante, cuando parte de los propietarios del Gran Teatro, el viejo Kursaal, levantaron el nuevo Casino, éste fue el edificio más grande del entorno y supuso una fractura de la escala de dos plantas de la mayor parte del conjunto arquitectónico que se levantó entre finales del XIX y principios del XX alrededor del solar que dejó el convento de Santa Clara, derribado por ruina en 1893. Buscando el antiguo esplendor, su fachada no fue el único elemento para promocionar la actividad creciente del Gran Teatro, que quedaba oculto a pesar de ser uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Como el Kursaal –nombre desterrado para acallar las suspicacias socialistas– no había tenido acceso desde la Glorieta, se aprovechó la construcción del Casino en la posguerra para facilitar la entrada al coliseo al que se le había impuesto el nombre de Gran Teatro, a través de un largo pasillo abovedado, que se conoció como el Pasapoga, que ofrecía además el reclamo de algunas tiendas y un bar.
Tras rechazar nuevamente el Casino la oportunidad de compra, que sí aceptó el exhibidor del Gran Teatro, a partir de 1978 la Caja comenzó a disponer del edificio con el firme propósito de derribarlo y construir uno nuevo, proyecto que echó al traste su inclusión en 1982 en el primer Catálogo de Edificios Protegibles del Ayuntamiento de Elche. En octubre de 1985 desaparecería uno de los últimos escollos para la consecución de un acuerdo entre ambas partes al admitir, la comisión municipal encargada de revisar y poner al día el listado patrimonial, las sugerencias presentadas por la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia sobre la realización de modificaciones interiores en el inmueble que no afectaban a la fisonomía ni a la estructura del edificio. Además, se ratificó un convenio que la CAAM se vio forzada a suscribir con el Casino para que, en pos de rancios derechos arrendatarios, ésta continuara ocupando la parta alta del edificio. El nuevo proyecto de la CAAM suponía, antes de que el Gran Teatro fuera municipal, la pérdida del Pasapoga, que sería sustituido por una gran sala de exposiciones –entonces necesaria en el centro de la ciudad–, que se esperaba inaugurar durante el centenario de la Caja en Elche en 1986 y que no pudo lograrse, tras superar muchos inconvenientes y fuertes posicionamientos públicos a favor y en contra de esta actuación, hasta junio de 1990.
Es imposible no asociar en cierta memoria ilicitana el Pasapoga con el Gran Teatro, y a su vez con el cine, ante cuya pantalla se llegaba atravesándolo, alzándote de puntillas en cada escaparate como antes lo habían hecho tus padres o tus abuelos para admirar las fotos de las estrellas que pasaban por allí o las fotofijas de las películas de próximo estreno o que permanecían tras el cristal para el recuerdo, se llegaba a la pantalla, digo, si no te entretenías, previo un vestíbulo circular, con vidrios de colores formando un dibujo caleidoscópico, que aumentaba la sensación infantil de entrar en un palacio donde todo lo posible podía suceder. Lo improbable también sucede en la vida y llega ahora la recuperación de un espacio conformado por la mitología de cada espectador que lo conoció, con la particularidad que no somos ya el espectador que fuimos, que el Gran Teatro no se dedica cada tarde y cada noche a acrecentar el mundo de nuestros sueños, en el que las dificultades, como la diferencia de titularidad entre un edificio y otro, irrumpen para devolvernos a la realidad.