Datos biográficos
Memoria de mi padre. Por Natividad Ribera Vicente.
RIBERA AMORÓS, Raimundo (Elche, 15-III-1917 – 17-IX-1998). Hijo de Salvador Ribera y Natividad Amorós. Fue el menor de ocho hermanos (Tomás, Alfonso, Salvador, Emilia, Rosa, Bienvenida y Rafaela). Vivieron cerca de Santa María, en la calle Mestre Javaloyes. Mi padre fue durante algunos años monaguillo. También jugó al futbol con sus amiguitos frente a la puerta de la Iglesia, con una pelota –mejor, un lío de trapos- hecha por los propios niños. Su padre, Salvador, se dedicó a la fabricación de suelas de esparto para alpargatas, puesto que la industria del calzado en Elche aún estaba en sus albores. El ayudó a su padre en la labor de trenzar el esparto para la confección de la cuerda con la que posteriormente se hacían las suelas para las alpargatas. El trabajo de mi padre consistía en impulsar la manivela de una gran rueda de madera (“menaba”, en el lenguaje coloquial local). Esta acción de “menar” no se podía detenerr pues era como un trabajo manual que si se paraba se acumulaba la siguiente ejecución. Por ello, a los “menaores” se les animaba a que no interrumpieran la marcha con gritos y expresiones como “chi, mena”, “mena bort” o “mena cabró” y otras aún más ofensivas que a Raimundo no le gustaban nada. En esa época, los años 20 del siglo pasado, la industria alpagatera producía 4.800.000 pares al año y daba trabajo a 10.000 operarios. Su abuelo era capataz del Hort de Baix. Se encargaba de los palmereros y de cuidar la producción de dátiles, funciones que eran observadas por Raimundo con la curiosidad propia de un niño. Ayudaba a su abuelo en las tareas del huerto propias de su edad: elegir dátiles, recoger las palmas cuando se podaban (“escarmondaban”) las palmeras y otras semejantes. Raimundo, pues, se crió entre palmeras que, según su comentario, eran tan abundantes que una ardilla podía atravesar nuestra ciudad saltando de unas a otras, sin tocar el suelo. Con 6 ó 7 años quedó huérfano de madre, por una afección del corazón. Muy poco tiempo después, también falleció su padre, siendo recogido por sus hermanas, porque sus hermanos mayores emigraron por razones económicas, para ganarse el sustento. Aun así, cuando se reencontraban los hermanos, la fiesta era segura. Sobre todo con Tomás, su hermano emigrado a Orán, como buena parte de los ilicitanos de la época, donde montó su propio negocio de restauración; un bonito restaurante llamado “La Guillete”. Tomás se casó con una señorita francesa, Susanne, y tuvo dos hijos: Roberta y Michel, quienes también tienen un restaurante en la ciudad francesa de Grenoble.
Raimundo aprendió a leer, escribir y algo de cálculo de la mano de un maestro apodado “El Aspero”, que iba por las casas impartiendo “las cuatro reglas” (por entonces, dado el analfabetismo existente, era lo que se enseñaba). Tenía 12 ó 13 años cuando en la calle Sagasta, hoy Hospital, en una tienda de tejidos llamada “La Dama de Elche”, expusieron los primeros trajes confeccionados y como conocía al dueño le pidió que le vendiera uno pagándolo poco a poco (una o dos pesetas a la semana). Él fue siempre consciente de sus valores: buena presencia, simpatía, educación, buenos modales y espíritu de servicio que, como buen observador, valoró desde su más tierna infancia. Fue a ofrecerse para trabajar, con su traje nuevo, al Casino (situado donde después estaría el cine Capitolio y hoy Zara), concediéndole el puesto de botones que, a cambio de los pocos céntimos que los socios le premiaban, por facilitarles el periódico, ponerles conferencias telefónicas (entonces se pedían a la telefónica y la operadora tardaba un tiempo en conectar), hacer recados, llevar y traer compras etc., algo así como un chico para todo. Está época enriqueció su hábito de buen observador y lector de todo lo que caía en sus manos. En 1937, fue llamado a filas y destinado al frente de Madrid. Luego, pasó al frente Teruel y a otros más, por los que le quedaron cicatrices de metralla en las piernas. Aun así, tuvo suerte, pues se libró de la muerte en tan difíciles momentos. Por sus aptitudes se ofreció como camarero, cocinero, o lo que se terciara, de los altos mandos de la tropa y, según sus comentarios, esa fue su salvación, aprendiendo de la vida que “quien da, recibe”. Por el relato de su hermana Bienvenida supe que, en tiempo de guerra, una nochebuena no tenían nada para comer y ese mismo día 24 de diciembre les llegó un giro remitido por Raimundo felicitándoles las Navidades. La alegría de saber de su hermano y el regalo enviado, les produjo tal euforia que no podían dejar de dar las gracias. La guerra acabó en 1939 pero no fue desmovilizado, siendo obligado a prestar el Servicio Militar Obligatorio durante dos años más. Destinado en Pamplona, siempre conservó las fotos de los encierros que se trajo como recuerdo.
Se casó el 24 de abril de 1947, en un local habilitado como Iglesia de San Juan (la iglesia fue destruida en la guerra) con Rosario Vicente Agulló. La madrina fue María Pérez, abuela de Rosario, madre de su padre, Juan Vicente Pérez, apodado “El Santanero”, siendo, también, madrina en el bautismo de su primera hija. Para fundar su hogar familiar compraron una casa de planta baja en el número 45 de la calle Conrado del Campo. Esta calle fue prolongación de la de Cristóbal Sanz, entonces las más alejadas de la ciudad, en el Pla de San Josep. Madrid, fue el destino del viaje de novios, donde tenía amigos y Raimundo conocía la capital por su destino en la guerra. Tuvieron seis hijos en 13 años: Natividad, Juan, Salvador, Antonia y Rosario. La primogénita nació muerta por negligencia médica, golpe que a Raimundo le costó varios meses remontar, ya que esperaba con mucha ilusión el nacimiento de su primera hija.
Su trabajo fue vocacional: servir a los demás. Así, buscó trabajo donde lo había: en el mes de julio, en Santa Pola. En el restaurante hostal Miramar,, con sus amigos y compañeros: Batiste y Ricardo (el del Hotel Polamar). A mí me llevaba a ver a mi padre mi tata Fina, vecina de frente de mi casa en la calle Conrado del Campo, que era como de la familia. El abrazo y la alegría de vernos era infinita, otras veces mi madre nos llevaba a mi hermano Juan y a mí, y nos quedábamos en casa de la tia Pepica que vivía en Santapola. Entonces teníamos tiempo de disfrutar todos juntos. Batiste siempre estaba gastándole bromas a mi hermano Juan. Le ataba un hilo de pescar a la caña de una escoba, y al otro extremo del hilo un pescadito muerto y le decia que tirara la caña al mar, al momento le decía: ¡Tira, tira Juan, que han picado! Yo me daba cuenta porque era dos años mayor. Como Batiste no tenía hijos siempre le rogaba a mi padre que le diese a Juan y, claro, mi padre le seguía la broma. En agosto requería sus servicios D. Alberto Asencio para las fiestas de Elche. Trabajaba en la preparación de banquetes, para deleitar y agasajar a sus ilustres invitados acostumbrados a una forma de vida nada común para la época. De todos recibió multitud de felicitaciones. Una de las más entrañables, la del Duque de Alba (padre de la actual duquesa). Sirvió a Oscar Esplá, amigo de D. Alberto, que se conocieron en un viaje a las Islas Canarias y gracias a esta amistad, asistió a la representación del Misteri y quedó tan impresionado que se convirtió en uno de los mayores y mejores difusores de la Festa d’ Elx. Dentro y fuera de Elche. En septiembre iba a la Feria de Albacete, en el Gran Hotel, situado entre la Plaza del Caudillo y Marqués de Molins, con 105 habitaciones, restaurante, bodega, cine y sala de fiestas en el mismo edificio. Ese circuito acababa en Archena donde, en su pionero balneario de estaciones, prestó sus servicios y cultivó muy buenas amistades. Se desplazaba en tren o autobús de línea. En su maleta de madera llevaba varios trajes de trabajo: chaquetas negras de frac con solapas de raso, camisas, pajaritas, guantes… Era así como se presentaba a los clientes. Cuando llegaba a Elche después de varios meses de acá para allá, trabajaba en el Bar Enrique, de camarero situado en la Glorieta esquina calle Hospital (donde hoy está la tienda de Roberto Verino) en el Casino y donde fuera. A finales de 1950, en sociedad con su hermano Alfonso, fundó la cafetería-restaurante Florida, en el número 2 de la Glorieta (locales que hoy ocupa el Restaurante “100 Montaditos”). Esta sociedad duró unos 10 años. En todo ese tiempo, no se descansaba como se dice ni de noche ni de día. En esta etapa Raimundo se reinventó nuevamente colocándose en la cocina con varios ayudantes como mi tía Modesta (casada con su hermano Alfonso). Gregoria, como pinche de cocina daba la vuelta a los calamares traídos desde Santa Pola con mucha destreza y rapidez y una vez preparados a la romana los demandaban los clientes, como tapa para tomarse una cerveza o en un bocadillo,(aún me suelen comentar algunos de nuestros antiguos clientes los buenos que estaban). En la barra atendían a los clientes como barmans el tio Alfonso, su hijo Marcos y Cayuelas. Había todo tipo de tapas: ensaladilla rusa, boquerones, gambas al ajillo… Por entonces comenzaron a ponerse de moda los platos combinados, menús del día y como no, arroces de todo tipo y también nuestro arroz con costra. En aquella época Raimundo hacía en verano “el mantecao” (yemas de huevo, leche, azúcar, canela…). Se ponía a enfriar en una “garrapiñera” (ahora en desuso) y dando vueltas y más vueltas al recipiente de acero con tapa y asa en forma de medio círculo situado dentro de un cilindro de corcho y madera donde se depositaba pedazos de hielo y sal gorda, se conseguía que esta mezcla se enfriara y entonces aparecía el helado. El “mantecao” se servia como postre o a petición de los clientes. También solía acompañarse con tarta de almendra típica de Elche. En el entresuelo del Florida estaba la Sociedad Colombofila de Elche dedicada al adiestramiento de palomas, que en la antigüedad eran las mensajeras, que ya hacían su papel en tiempo de los egipcios, después de la 2º Guerra Mundial fueron los animales más condecorados por su gran labor informativa. Ahora se utilizan en carreras de diferentes categorías. A Raimundo también le gustaba el fútbol, con el Elche; los toros en las fiestas de san Juan en Alicante; el cine y cuando terminaba de su trabajo, le gustaba ir al cine Capitolio. Algunas veces iba con él y recuerdo que vimos la película de Candilejas interpretada por Charlie Chaplin. Fue tambiién socio de Amigos de la Música y volviendo a la afición de la mayoría de los ilicitanos El Elche CF, del que por supuesto era socio, estaba justo arriba del restaurante, Raimundo participaba como taquillero del Club y vendedor de Loterías.
En1965 se derribó este antiguo edificio (ese fue el único año en toda su vida que tuvo vacaciones en verano) y lo pasamos muy bien porque le gustaba mucho el mar, sabía nadar y yo me cogía de su cuello y él me llevaba cual delfín. Le gustaba mucho ir a Alicante a comer al Restaurante Libori que estaba en la Rambla y al Hotel Palas situado al final de la Explanada (frente a la fuente). Íbamos con autobús de línea (esto lo hacía con la intención para mejorar su trabajo), me daba la carta y me decía que leyera y pidiera lo que quisiera, pero al final siempre pedía él. Se construyó nuevamente, bajo la dirección de los hermanos Albaladejo. Raimundo compró tres plantas (sótano, planta baja y entresuelo) para seguir su “gran pasión”. Invirtió en ello todo el fruto que hasta la fecha le había producido su trabajo, la casa que compró para su familia, más la ayuda económica –los avales- que consiguió de familiares. Y con una firme confianza en el futuro, se lanzó con este gran proyecto. Contaba con muy buenos amigos-clientes en puestos muy relevantes, tanto en banca como en el Ayuntamiento. Fue asesorado por empresas que, por entonces, realizaban grandes proyectos de hostelería en la capital. Esta empresa lo puso en contacto con un artista que copiaba a los clásicos del Museo del Prado para pintar un “trampantojo” con colofón de una escalera elíptica situada al fondo del local. Se quería con esta técnica darle luminosidad y protagonismo a la parte interna pues, en el entresuelo se instaló el Restaurante. La nueva imagen corporativa del Florida se vio respaldada por los dos iconos más importantes de nuestra ciudad, elegidos por él, con el máximo respeto, debido al amor y pasión que tenía por sus orígenes: La Dama de Elche y, como pedestal, el escudo del Elche C.F. Quizá, hoy tendría problemas para que fueran su imagen corporativa, pero unió toda su ilusión a lo más destacado de sus raíces. Se inauguró en agosto de 1967. A partir de entonces, mucho trabajo y algunas incidencias. Al poco de la inauguración, afectó a las ventas la obras de la Corredora, levantando la calle para los nuevos alcantarillados, servicios y reestructuración de la Glorieta, despareciendo el Templete y los árboles centenarios que daban su sombra a los paseantes de los domingos que escuchaban a la Banda de Música Municipal interpretar piezas de zarzuela y otras, de los más relevantes compositores, en fin, la Glorieta más bonita que ha existido hasta el momento, las posteriores en comparación, con la anterior han sido nefastas. Pero todo se superó. Luego, al jubilarse, pasó el testigo a sus hijos Juan y Salvador. Murió el 17 de septiembre de 1.998 a los 81 años de edad.
Esta es la biografía de mi padre. Emprendedor desde muy joven, sin otra posible alternativa, tal y como estaban los tiempos. Siempre con una sonrisa en su rostro y la firme decisión de hacer felices a los demás, sin más escuela que la vida y el trabajo y la fe en sí mismo. Visionario del turismo como gran industria. Con un gran amor a su familia y a su ciudad. Gracias de corazón, Raimundo.