Antón Díez, Joaquina

Datos biográficos
Fecha de nacimiento
26/5/1917
Lugar de nacimiento
Elche
Fecha de muerte
14/12/2015
Lugar de muerte
Elche

Hija de Joaquín Antón Andreu y Clara Díez Vicente, nació el 26 de mayo de 1917 en la casa de sus abuelos maternos, en el Barrio del Raval, junto a la casa de la Mare de Dèu, donde su familia tenía una gran casa.

Ya tenía un hermano, Francisco (1914-2011) y tras la muerte prematura de una hermana (María) mucho después (1933) nacería otra hermana, Genoveva "Genín".  Allí se crió hasta que poco después se trasladaron a una nueva casa en la calle Marques de Molins (Arbres). Su madre vendió un olivar junto al matadero para poder comprarla ("le costó 3000 reales", unas 750 pesetas).

Entre sus primeros recuerdos, con apenas cinco años, rememora la visita del Rey Alfonso XIII a Elche, a inaugurar el 31 de enero de 1923, los Riegos de Levante.  Una vecina y ella buscaron y se subieron a una escalera para poder verlo desde el tejado de su casa, próxima al lugar donde estaba el rey. Los "municipales", en ausencia de sus padres que estaban trabajando, las hicieron bajar de la escalera y se quedaron sin ver la comitiva entrar a Riegos de Levante.

Su infancia transcurrió entre ese nuevo barrio de Elche que crecía cada vez más, primero en esa calle Marqués de Molins (Arbres) y después, en el Plà, a cuya calle Mayor se mudaron hacia 1927, frente al horno que había arrendado su padre, Joaquín Antón.

A diferencia de su hermano mayor, Paco, que sí que estudió en el Instituto de la Asunción, ella como mujer, solo pudo asistir  a la escuela (la de las monjas de San José), hasta los 10 o 12 años. Después ya se puso a trabajar ayudando en las tareas de casa y repartiendo pan en el horno familiar (primero a pie y unos años más tarde con un carro y una mula que pudo comprar su padre).  Incluso, era capaz de acarrear los pesados sacos de harina “igual que els homes”.

Su padre, Joaquín, había aprendido el oficio en el horno de Román, en la calle Salvador. Estaba regentado por su tío y al fallecer, tuvo que dejar el trabajo. Pasó al horno de Candelaria, y más tarde a la "Tienda de los Gordos",  entre las calles San José y Forn del Plà, donde también había un horno. Posteriormente arrendaría el conocido como horno del tío Gori, en la calle Major del Plà, que se mantuvo hasta poco después del fallecimiento de su padre.

Con 16 años, hacia 1933, en un día de mona cuando salía con sus amigas —entre ellas las hermanas Gertrudis y Fina— , seguramente en la “planisa”, junto a San Crispín—conoció al que luego sería su novio durante siete años y marido, José Castaño Sánchez, Pepe. Éste vivía en la calle Padre Lorenzo, era empleado de la tienda de Villalobos (Mercado Central). Después se fue de dependiente de María, la Felipa (madre del que sería Alcalde Vicente Quiles). Cuando ésta dejó la tienda para dedicarse al calzado, Pepe se la quedó, fundando en 1934, lo que sería Ultramarinos Pepe.

A principios de 1936, Joaquina recordaba la quema de las iglesias en Elche:

“Me acuerdo que fue un día, que estaba esperando a Pepe, antes de marcharse a la guerra. Oímos venir gente corriendo hacia casa, algunos incluso iban descalzos. Gritaban, huyendo que estaban quemando las iglesias.”  Se quemaron en Elche todas las Iglesias menos la de San José, que fue habilitada como cárcel. La basílica de Santa María, entonces iglesia, se convirtió, una vez incendiada, en almacén y cuartel general de la CNT.  Desde entonces, el culto fue suprimido en todo Elche.“Había una casa en la Calle Santa Ana, en la que decían misa para la familia. No me atrevía a ir por si acaso. Era todo clandestino.”

Su novio Pepe, al igual que su hermano Francisco, tuvieron que ir al servicio militar y a la guerra, donde participaron en la batalla de Belchite. Su hermana Fuensanta se hizo cargo de la tienda en este periodo. Durante el conflicto, Joaquina y Pepe, mantuvieron la relación de noviazgo carteándose. “Las noticias que tenía de mi hermano y de mi novio eran por carta. A lo mejor si alguien iba me mandaba un recado, pero lo principal era por carta.”  “El correo funcionaba muy irregularmente. Unas veces llegaban las cartas bien (una semana) otras veces tardaban dos o tres”

Ella seguía trabajando en el horno familiar, pero fue expropiado.  Joaquina, con 19 años, recuerda que “Entraron unos hombres al horno y le comunicaron a mi padre que se le expropiaba. Se llevaron toda la harina y le dijeron: “Esta noche ya no trabajas. Mañana van a hacer el pan en casa de los Murcianos”. Pudimos recoger sobre medio saco que lo escondimos y con él nos hicimos cocas de pan durante un tiempo.”

Tras la “socialización” del horno ella tuvo que afiliarse a la CNT para obtener un trabajo de repartidora de pan en la cooperativa panificadora formada con la expropiación de todos los hornos de la ciudad. “En la cooperativa a mi dieron el reparto del pan.  A veces me daban la responsabilidad de quedarme en el horno cuando se iban a dormir los panaderos. Un día llegaron cuatro o cinco milicianos y preguntaron por el responsable del horno para llevarse todo el pan. Les pedí que esperaran a que viniese Francisco, el responsable. Pero tenían mucha prisa porque los camiones estaban en la Plaza Mayor esperando para salir. Intenté impedir que se lo llevaran poniéndome en la puerta. Uno de ellos me dio una bofetada que me apartó a un lado y me marcó los dedos en la cara. Entró y con unos compañeros se llevaron todo el pan.”

Las carencias de la guerra civil, se materializaron en el racionamiento. Al entregar el carné a cada persona, se solicitaba en qué tienda se quería aprovisionar. Mediante cupones se iban dosificando los suministros. “Faltaba de todo. Todo estaba racionado. No había aceite. Lo que más comíamos era lentejas y tortas de maíz (nos daban la harina y nosotros hacíamos tortas)”. Joaquina recuerda que “La tía Fuensanta me daba un poquito más... siempre que podía”.

Los trabajadores de la cooperativa del horno tenían derecho a una ración diaria de pan. Pero en realidad se llevaban mucho más. “Yo me llevaba todos los días la ración y veía que todos los que trabajaban allí se llevaban sacas de pan.” “Un día el jefe de la cooperativa se dio cuenta de que la ración diaria familiar (entregada a su hermana pequeña, Genín) era más que insuficiente y ordenó enfurecido a los hombres que entregasen cada día el pan que necesitara a Joaquina: “Para hacer negocio no, pero puedes llevarte todo el pan que necesites para comer”.

Las dificultades económicas del periodo bélico hicieron que incluso, tuviera que recurrir al intercambio.  En cierta ocasión, durante el conflicto, Fuensanta, su futura cuñada, que regentaba la tienda de su novio Pepe, recogió cierta cantidad de aceite y propuso a Joaquina ir a la huerta a cambiarlo por patatas. “Teníamos una mula y una tartana que antes de la guerra servía para repartir el pan. Íbamos de finca en finca ofreciendo aceite. No sabemos si no se fiaban o es que no tenían, pero costó mucho cambiarlo. Nos advirtieron de no pasar por el pueblo pues había un control.” “Si pasais y os cogen las patatas os las quitan”. Tuvieron que ir por enmedio del campo esquivando los caminos, regresando de madrugada.

A las carencias, se le unía también el miedo. Joaquina relata la noche en la que más miedo pasó.  “El que parecía un poco de derechas le acobardaban y amenazaban.  Enfrente de casa había una barbería que era de izquierdas. Sabían que mi padre era de derechas. Y siempre que lo veían en la puerta, tomando el sol, le decían ‘als fascistes coll tallat i a la acéquia’  Y mi padre enseguida tenía que meterse para dentro. Habían pasado sólo seis o siete días después de que mataran a un tío, a un hermano de mi padre. Esa noche estaba yo escribiéndole a mi novio y mi padre estaba fumándose un cigarro haciéndome compañía. En ese momento oímos parar unos coches en la misma puerta. Se oía decir “es aquí, es aquí”. Mi padre pensaba que iban a por él. Conforme estábamos nos abrazamos. Volvíamos a escuchar a otro decir “que no es aquí, que es más allá” “No, no, es aquí”. Los coches los dejaron delante de la casa, pero los hombres se alejaron. Entonces mi padre abrió la ventana y vimos como en la esquina de enfrente unos quince hombres entraban a una casa y sacaban a dos mujeres de unos sesenta años (María y Manuela, hermanas, una soltera y otra viuda) y se las subieron al coche”.Las encerraron en la Iglesia de San José, que la habían convertido en cárcel. Estuvieron las dos encerradas hasta que se acabó la guerra presumiblemente por ser “beatas”.

“Los recuerdos de la guerra no son buenos: se llevaron a mi hermano y a mi novio. Pasaban calamidades y miedo.” Pero acabó la guerra. Su hermano Paco regresó y montó después una tienda de tejidos. Su novio Pepe, también volvió y volvió a regentar su tienda. Su padre, Joaquín Antón,  recuperó el horno, que se incorporó a una panificadora mayor y que se mantendría hasta su fallecimiento.

Joaquina y Pepe se casaron en 1940. En 1941, muy poco antes de dar a luz a su primera hija, Clara, fallece su madre, también Clara (hija de Ramón Díez Ferrández y María Vicente). Y unos años más tarde, en 1944, su padre, Joaquín (Hijo de Francisco Antón Mateu y Joaquina Andreu Ortuño). En 1946 nace su segundo hijo, Salvador. Durante los años 50 y 60, la familia progresa con su negocio familiar de ultramarinos en el mercado central —que se cerraría en 1996— contando incluso con dos empleados.

En la década de los cincuenta su marido, Pepe, llega a ser presidente del gremio local de detallistas de ultramarinos, que contaba en Elche con más de cuatrocientas tiendas,  dependiente del Sindicato Vertical. Y Joaquina se implica en estas décadas como tradicionalmente hacían las esposas, especialmente en las actividades del patrón del gremio dedicadas a San Miguel Arcángel. También llega a ser vocal de caridad de Acción Católica del barrio de San José donde residían. Su actividad principal era visitar enfermos y organizar cuestaciones para los necesitados.

En diciembre de 1966, fallece su marido. Es entonces cuando se hacen cargo de la tienda ella, que había ido ayudando de vez en cuando, y su hijo Salvador, a quien la muerte de su padre le había cogido en el servicio militar. Desde entonces, por su profunda religiosidad que le acompañaría siempre, todo el resto de su vida vestiría de negro riguroso, salvo algún día excepcional (alguna boda de alguno de sus nietos) en el que ligeramente coloreó este luto. Tras el fallecimiento de su marido, se trasladó a vivir con su hija Clara y su yerno, con quien estuvo, ayudando a cuidar a sus nietos, prácticamente hasta cumplidos los 85 años, cuando volvió a su casa de la calle Major del Plà. Tuvo cinco nietos (Jaime, José María, José Vicente, Joaquín, y Salvador) a quienes vio crecer y educar a los seis bisnietos que conoció.

Con una fuerza envidiable, un carácter y genio indiscutible,  sobrevivió con resignación y tristeza a la mayoría de sus grandes amigas, sus cuñadas, su consuegra, sobrinas, su hermano… A todos ellos les ayudó en sus últimas horas, cuidándolos en muchos casos. Como tuvo que ser cuidada ella especialmente el último año cuando se apagó su energía. Falleció en Elche, en la madrugada del 14 de diciembre de 2015.

Su familia materna era conocida como la familia del Bous. A su abuelo, le empezaron a llamar así por su gran fuerza física, que demostraba desde joven en competiciones con amigos.  Cualquiera que la conoció no se podría extrañar que a ella, alguna vez también la llamarán la Boua, la neta del Bou.  Contaba que su padre, en el horno, cuando la veía cargar los sacos de harina apenas adolescente, le reñía por hacerlo. Ella contestaba “Pare, si jo puc”.

(JVC)

 
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